MI VIAJE DE LA OBSCURIDAD A LA LUZ

Hoy día se nos habla mucho acerca de la "nueva moralidad." Las costumbres antiguas son puestas en duda por hombres y mujeres de casí toda posición social en la vida. Hasta los así llamados ministros de Cristo están tan lejos de la verdad que es raro que hablen en contra de los pecados de la gente. Santidad de corazón y vida es casi imposible de encontrar sobre la faz de la tierra, aun cuando hay considerable plática acerca del "nuevo nacimiento" y el "estar en Cristo."

Padres y madres en todo el mundo casualmente aceptan las fornicaciones de sus hijos, aún dejando que duerman con sus amantes en su propia casa. El adulterio ha llegado a proporciones de epidemia hasta el punto que en algunos lugares se puede obtener un dívorcio por medío de correo. El hecho es que durante las décadas recientes toda fase de la moralidad tradícional cristiana ha sido radícalmente cambiada o aliandonada. Mientras tanto la mayor parte de las iglesias están abiertamente en apruebo o silenciosamente en oposición pasiva. En consecuencia de esto, ha venido a mi corazón el deseo de testificar que Dios es el mismo hoy que ayer, y las prohibiciones y mandatos de Dios todavía están en vigor aun cuando el mundo desearia que no fuese así. Esta es mi historia, la historia de mi experiencia personal con Dios.

Mi primera visitación real de Dios ocurrió en 1953 cuando tenía 22 anos de edad. Recientemente había salido del servicio militar y con mi familia viviamos en Princeton, Indíana. Recuerdo bien como llegué a ser muy conciente de mi condíción pecaminosa y comencé a buscar a Dios en la iglesia Católica Romana que era la religión de mi nacimiento. Pero muy pronto me dí cuenta de que no sabía como encontrar a un Dios perdido.

Yo deseaba libertad del pecado y tener a Cristo en mi, siendo la esperanza de gloria. Pero dondequiera que buscaba, sólo encontraba corrupción y vanidad. Aún los así llamados ministros de Dios estaban cautivados en los placeres vanos y muchos quehaceres y novedades de esta vida. Gradualmente comencé a preguntarme si actualmente existía un Dios o sería esto también como el mentado Santa Claus. No se me ocurrió que estaba buscando a los vivos entre los muertos. Pronto después comencé mis estudios universitarios y fuí puesto bajo la influencia de un profesor agnóstico. Yo estaba maduro para esta doctrina porque estaba desilucionado con la religión y sus profesantes. Yo me envolví en esta doctrina con mucho celo.

Aunque yo ahora era uno de los agnósticos, permanecí muy filosofico. Era mi delicia discutir la existencia, sus implicaciones, y su aparente insensatez y sin motivo. Yo podía ver la vanidad de la religión tradicional y me encontré muy sensitivo a la hipocrecía de sus profesantes. Yo aprendí los argumentos favoritos en contra de la Biblia y la deidad de Jesús y con frecuencia los puse en práctica. En otras palabras, no sólo yo era un agnóstico, pero yo era un artículo proponente de esta doctrina.

Los jovenes universitarios son muy susceptibles a los puntos de vista agnóstico porque su fe no está basada en una experiencia directa con Dios. Además, ellos están inquietos porque saben que la fe de sus padres es nada más que tradicional. Por lo tanto, cuando se enfrentan con los argumentos agnósticos aparentemente incontestables, su fe se vuelve tan inestable como el agua porque no tienen un conocimiento cierto de Dios dentro de ellos mismos. Con mucha tristeza y vergüenza confieso que era para mí un gusto especial darle el tiro de muerte a la fe tambaleante de muchos.

En 1956 asistí a la universidad de Colorado dónde hice mis estudios post-graduados en física y matemática. En ese entonces ya estaba muy sumerjido en mis creencias contra Dios y había adoptado la idea que la ética es relativa a la situación presente acerca de que se predican mucho hoy en día en muchas iglesias. La ética situacional es el resultado natural del agnosticismo y me maravilló que las personas quienes profesan el nombre de Cristo respaldan tales puntos de vista. Después de todo, el creer en Dios es creer en el absoluto. Pero si hemos de creer a estos predicadores del pecado y maldad, los profetas antigüos y los mártires cristianos derramaron su sangre vanamente.

Continué en esta forma por algún tiempo no importándome a nadie excepto a mi mismo. Estoy admirado que mi pobre esposa e hijos me soportaron. Y en verdad yo era uno de los hombres más miserables, como lo son todos los agnósticos, sean los afeitados y bien vestidos o sean los jippis quienes visten cabello largo y trapos sucios. ¡Cuán vacía era mi vida! Para nada vivía salvo los placeres del momento. Sin esperanza de nada porque la verdadera esperanza traspasa las regiones obscuras del sepulcro al otro lado de que el agnóstico rehusa poner el pie.

Una noche sin luna salí de mi oficina en el edificio del departamento de física y caminaba a mi hogar por un bosque y un campo abierto. La noche estaba muy obscura y el cielo resplandecía con la multitud de estrellas que son visibles en las alturas superiores. Mientras caminaba, estaba pensando profundamente en lo vasto incomprensible de los cielos. Habiendo estudiado algo de astronomía, estaba muy conciente de las distancias estelares y mi mente estaba atónita viendo el paisaje panorámico sobre mí. Muy de repente, mientras andaba, una voz vino penetrando mis propios pensamientos con tal poder y fuerza que literalmente me hizo tambalear y casi caí al suelo. La voz resonó en mis oídos y me llenó de un terror indescriptible porque yo había entendido su mensaje.

La voz díjo: "¿Supongamos que tú estuvieses equivocado?" Eso fue todo. Nada más. ¡Pero, oh, mi corazón se achicó dentro de mí! ¡Qué terror se apoderó de mi alma! Yo entendí lo que significaría. No pude enganarme a mi mismo. Si yo estaba equivocado, ciertamente estaba condenado a una eternidad miserable. Por un momento corto me encontré cara a cara con Dios, con el Dios vivo, el juez de toda carne. Pero mi corazón perverso no quería reconocer el Dios en quien tengo mi existencia. La luz vino pero yo amaba las tinieblas más bien que la luz.

Con esfuerzo gigantezco de mi voluntad pude recuperar mi compostura. Yo prontamente le aseguré a mi temblante corazón que lo que acababa de experimentar era simplemente algo de mi imaginación. De modo que se reestableció la calma parcialmente a las aguas turbulentas. (Lamentablemente, ¿cuántos hay quienes han sobrepasado una visitación del Señor de esta misma forma?) Aun cuando permanecí inquieto por algún tiempo, rehuse reconocer la visitación divina. Los poderes de la obscuridad habían ganado la victoria.

Algunos meses después de esto, estando mi esposa embarazada con nuestro tercer hijo, decidí abandonar el estudio. Tomé un proyecto de investigación con Convair Aircraft en San Diego, California, pero muy pronto empecé a anhelar por el aula de estudio. A la vez era ofrecida la posición de profesor de física a la universidad de Indiana State en Terre Haute, Indiana. Acepté la posición y en el otoño de l959 nos trasladamos a nuestra nueva residencia no esperando que muy pronto nos encontraríamos con nuestra vida completamente cambiada, causando la admiración y perplejidad de todos nuestros conocidos.

Los próximos dos años pasaron sin acontecimientos. Pero en diciembre de 1960 mi esposa tuvo una experiencia con Dios a la cual me dirigi con las palabras: "Si tú piensas que necesitas religión, esa es cosa tuya, pero no me molestes a mi y todo marchará bien." Yo estaba tan distanciado de ella y de los niños que no noté que Dios estaba trabajando en su vida. Pero ella comenzó a orar a Dios por mí con la fe que Dios alcanzaría a un hombre tal como yo.

En marzo de 1961 uno de mis alumnos se estaba despidiendo debido a que pronto iría a prestar su servicio militar en la Marina. Mi esposa y yo fuimos invitados a la reunión de despedida en su hogar pero mi esposa rehusó ir. Yo decidí ir por unos dos tragos (yo siempre estaba asistiendo a estas reuniones para tomar unos dos tragos) y volver a casa. Pero como frecuentemente era el caso, un trago conducía al segundo y el segundo al tercero, etc. No recuerdo como o cuando regresé a la casa, pero sí recuerdo tambaleando al entrar. De allí en adelante no recuerdo nada hasta despertarme la siguiente mañana.

Al abrir mis ojos miré a mi alrededor para ver dónde estaba. De repente, un sentido de vergüenza llenó mi corazón. ¡En qué mal estado me encontraba! Me parecía que estaba viendo las cosas como nunca las había visto antes. Dios me permitió verme a mi mismo y a otros como yo bajo una luz nueva. Yo reconocí que casi todos los profesores eran tontos egoístas y que yo era el mayor entre ellos. Mi vida era un vacío y sin sentido y algún día moriría y a nadie le importaría. No encuentro palabras para expresar lo que sentí esa mañana. Pero si hubiera conocido la Biblia, hubiera dicho: "¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad!"

Salí de la cama y fuí a la sala. Mi esposa estaba sentada en una silla leyendo la Biblia. Me arrodillé junto a ella y le dije, "Amor, nunca volveré a tomar y ya no saldré con los muchachos." Yo había dicho esto muchas veces antes pero esta vez era distinto. Esta vez sentía que se me fue dada una fuerza interior que no vacilaría. Para mí fue una gran sorpresa al darme cuenta que había dejado de tomar. Comencé a comportarme como un verdadero esposo y padre y ahora, por la primera vez desde años, sí podía saber mi esposa que a la hora prometida llegaría de vuelta a casa.

Pero no se equivoque. Esto no era conversión. En ninguna forma asocié mi reformación con Dios y todavía sostenía mis puntos de vista agnósticos. Pero, retrospectivamente, puedo decir que Dios estaba obrando en mí en una manera misteriosa.

En cierta ocasión en mayo, mi esposa me pasó a recoger al club atlético y en camino a casa de alguna forma iniciamos una plática acerca de religión. Ella me contó que en cierta ocasión mientras leía la Biblia el pasaje: "Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis," llegó a ser muy vivo y ella tuvo fe para creer. Ella miró hacia el cielo y dijo: "¡Señor, salva a mi esposo!" Y ella oyó una voz que le respondía: "Será hecho." Y ella creyó a Dios que El haría lo prometido.

Sin necesidad de decirlo, esta plática sonaba rara en mis oídos. Además, pensaba que sonaba a lo ridículo. ¿Quién jamás había oído que Dios hablase a alguien? Y no sólo eso, pero ¿de qué tenía que ser salvo yo? ¿No era yo una persona más o menos buena? Yo simplemente sonreí y respondí que si en realidad existía tal cosa deseaba que El me salvase. Pero en mi corazón me reía de ella.

Escasamente dos meses después, mientras que estaba caminando por la universidad, me sucedió lo mismo que lo ocurrido en Colorado. Esta voz celestial vino interrumpiendo con gran poder mis pensamientos diciendo: "¿Supongamos que tú estuvieses equivocado?" Nuevamente, mi corazón se llenó de terror. Un sentimiento de estar muy perdido inundó mi conocimiento. Una vez más me encontré cara a cara con el terrible Señor de toda la tierra.

Como Jonás, traté de huir de la presencia del Señor. ¿Pero dónde podía ir donde no estuviese El? Mi agnosticismo se derrumbó al polvo. ¿Cómo podía yo continuar negando la existencia de un Dios personal cuando ahora mismo El me estaba llamando a dar cuentas de mis caminos perversos? ¡Ay de mí que soy muerto! ¡Eternalmente perdido! ¡Eternalmente perdido!

Durante una semana hice mis quehaceres con un sentido de temor y una carga pesada de culpa y pecado agobiaban mi corazón. El infierno que una vez ridiculicé se había vuelto una viva flameante realidad. Como el Salmista antigüo, yo podía decir: "Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día, pues de día y de noche tu mano pesaba sobre mí." Yo supe que había pecado grandemente en contra del Rey de reyes y mi justa porción era el infierno para siempre.

Finalmente, cuando toda esperanza desaparecía y las puertas del infierno estaban abiertas bajo mis pies, el Señor por medio de su Eterno Espíritu me mostró que había Uno, Jesús el Justo, quien podía salvarme. Me mostró que tenía que entregarme completamente y eternamente al Señor—mi cuerpo, mi alma, y mi espíritu. Desde ese entonces ví que mi vida nunca sería igual.

Aun cuando el Señor no me mostró nada en específico, yo sentí que existía mucho pecado escondído en mi vida y que el Señor en su propio tiempo lo demandaría de mí. (¡Cuanta cosa no ha demandado el Señor de mí desde esa fecha!) Por una semana resistí a Dios. No quería ir al infierno (cual permanecía ante mis ojos) ni tampoco quería ser contado con los tontos. ¡Oh, miserable de mi!

Finalmente, el 13 de agosto, Dios me dió el ultimatum. Durante el día entero reconocí que este era mi último día en el cual Dios ofrecería su oferta de misericordia. Yo supe por cierto que si yo le resistía El me dejaría y nunca jamás me visitaría en misericordia, aún si viviese por mil años más. Muchas personas no quieren creer esto pero yo lo ví muy claro y por lo tanto no lo dudo.

¡El temor se apoderó de mi corazón! ¡Como le rogué a Dios que no demandara cosas tan difíciles de mí! Pero de nada me sirvió. ¿No había muerto Cristo en la cruz por mí para que yo pudiese ser libertado del poder y culpa del pecado? ¿Y no estaba yo bien dispuesto para soportar su reproche? Yo me encontraba en el valle de la decisión.

A las 9:00 de la noche caí de rodillas y le cedí todo a El de allí en adelante. No sabía orar. Sencillamente le dije: "Señor, Tú conoces mi corazón. Soy Tuyo." Cuando yo dije esto, sentí una mano divina introducirse en mi corazón y sacar la carga pesada de culpa bajo la cual había caminado durante las dos últimas semanas. El Buen Espíritu habló paz a mi corazón y me hizo saber que yo era hijo de Dios. En ese instante me limpió y me transformó en una criatura nueva.

Desde ese entonces Dios de veras ha sido un Padre hacia mí. Guía mi vida, me instruye en justicia, y me castiga si salgo del camino cual es derecho y angosto. Ha llenado mi corazón con amor a la justicia, lo puro, y a las almas perdidas y a la vez con aborrecimiento y odio hacia pecado y maldad. Me ha hablado tan ciertamente como he hablado a mis propios hijos. ¡Cuan bendecida es su voz! Esto es difícil para casi todo el mundo soportar pero, sin embargo, es la verdad. Sus ovejas oyen su voz.

Querido lector, ¿ha experimentado el poder transformador de Dios en su vida? No es suficiente creer en Cristo o aceptarle como su Salvador. Eso es un engaño de Satanás. Usted debe conocer a Cristo dentro de sí, la Esperanza de Gloria. Usted debe conocer el poder de Cristo para limpiar su corazón y vida del pecado y darle victoria sobre el mundo, la carne, y el diablo. Como dijo el gran Apóstol, "Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe: probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?" En toda certeza honesta ¿está Usted conciente que Cristo vive dentro de Usted?